Un Bautizo a lo Criollo
Por Hortensia Maureria García
y Jorge Vásquez Iturra
Por Hortensia Maureria García
y Jorge Vásquez Iturra
Corría un caluroso verano en el año 1927, la vida se desarrollaba sin mayores preocupaciones en la ocupación arrendada al fisco, Sector de Cerro Castillo perteneciente a don Juan Maureria Ortiz. Él junto a su mujer doña Hortensia García Jara vivían una vida tranquila, con algunas falencias siempre resueltas por el ingenio de colono. Sus hijos (3 tenían hasta el momento) crecían sin miramientos, desde la mayor Luisa de 5 años, hasta Benito, recién nacido.
De improviso, una noticia llegó hasta los peones de la familia que cuidaban el creciente capital de ovejas que don Juan pastoreaba en el campo fiscal solicitado con anterioridad. La noticia era esperada desde hace ya varios años por pobladores y colonos recién llegados.
La verdad, la llegada de ciertos visitantes era no solo una oportunidad de salir de viaje, o una instancia para conocer nuevas personas, sino que la respuesta a una gran necesidad de la zona, era una ocasión única que quizás no se volverá a repetir en muchos años.
Los peones recibieron la noticia no se sabe bien si de otros vecinos que recorrieron campo por campo o de los carabineros recién llegados a la zona, pero de todas formas la avisaron velozmente a don Juan, quien cuidaba de su quinta en la ribera sur del Río Ibáñez, actualmente llamado fundo El León, frente a Villa Cerro Castillo, él al saber esto, mandó a buscar los pilcheros y preparar todo para salir al despertar el alba de la mañana siguiente.
Por la noche conversó la noticia con su pareja, doña Hortensia, con quien por años habían esperado esto, por lo que ella estuvo de acuerdo sin más miramientos a ir al encuentro de los viajeros.
La verdad, es que ambos, especialmente ella, era ferviente católica. Siempre en su casa la acostumbraron al rezo todos los días, tal cual como ella le enseñara desde pequeños a sus hijos. El rosario era algo sagrado en la casa, y de hecho, como gran conocedora de cantos y oraciones, en los dos velorios que habían ocurrido en la zona desde su llegada, la habían buscado para hacerse cargo del procedimiento que correspondía al encomendamiento del difunto a Dios.
Por ello, por su fe, se sentía muy mal consigo misma al no haber cumplido con algo que por generaciones en su familia era una norma, una tradición. Ella había decidido vivir con un hombre y tener familia con él, sin estar casada por la Iglesia. Para la época tenemos que entender la importancia de aquello, lo importante que era para las personas católicas cumplir con ciertos costumbres y tradiciones, especialmente viniendo de familias campesinas de la IX Región, donde el cristianismo era la base fundamental de la espiritualidad de los chilenos descendientes de criollos.
No era algo que ella hubiese querido y eso es seguro, pero al no haber iglesia establecida en el Aysen, al no haber sacerdotes que oficiaren misas, al no haber ni siquiera un lugar de culto común, la procesión se llevaba por dentro, haciendo batalla seguramente a las tentaciones del mundo material.
Mucho se ha hablado de la falta de espiritualidad o cristianismo de algunos cuatreros que mataron a sangre fría en el Aysen. De la crueldad con que se actuaba en esta tierra “sin Dios ni Ley”. Pero alguna vez nos hemos preguntado como habrá sido la desesperación de los fervientes católicos, cristianos acérrimos que vinieron a colonizar una tierra durante más de 30 años, algunos ni siquiera tuvieron la oportunidad de escuchar una misa?. Teniendo presente, que venían de familias campesinas, cristianas, en donde seguramente las frases llenas de fe era una habitualidad o por lo menos debieron de haber asistido de pequeños a las misas dominicales llevadas a cabo por algún párroco estable.
Cuanto pesimismo y cuando desmoralización debió haber sacudido a esos corazones de colonos, al pasar años sin escuchar una voz que los alentara y les diera esperanza.
Muchos le atribuyen al clima de nuestro territorio el carácter duro del patagón, pero quiero decir que estoy seguro que los hombres y las mujeres del Aysen, antes de soportar el la nieve y el viento, tuvieron que aguantar el frío que les carcomía el corazón y el alma.
Es en este escenario, que don Juan le cuenta a doña Hortensia la noticia: -“Vieja, viene un cura a la zona, vienen viajando desde hace ya varios días y van a oficiar misa en la casa de don Loreto Jara en La Pollolla“- La respuesta fue obvio, partirían a la mañana siguiente a sacarse el gran peso que mantenían en el corazón, a cumplir con una tradición, a fortalecer su alma y su espíritu, a aliviar sus corazón, y a volver a mirar a dios como hijos y no como pecadores.
La hija mayor, Luisa se encontraba un poco resfriada, a penas tenía 5 años, por lo que era un riesgo llevarla teniendo en cuenta las inexistencias de medicamentos y atención de salud. Así que emprendieron viaje con sus hijos menores Hortensia y Benito.
Al despuntar el sol a la mañana siguiente, la familia Maureria García emprendió el periplo que significaba un día completo a caballo, sin descansar, más que para tomar agua y comer. El recorrido comenzaba por atravesar el campo de los Carfullanca, sus vecinos, luego el cruce del vado ubicado frente a la ocupación de la familia Hueitra, ahí cruzaron hacia el sector de Villa Castillo, ocupado por aquel entonces por 5 o 6 familias. Luego continuó por el valle de la Ribera del Río Ibáñez en el sector de Bajada Ibáñez y salía a una huella de carretas que luego se transformaría en el camino Coyhaique-Ibañez. En el camino pasaron a dar la buena nueva a sus vecinos más cercanos distintos algo así como 20 kilómetros, los Morales, quienes sin pensarlo dos veces se suman al viaje de inmediato.
Iban acompañados de otros vecinos de Cerro Castillo, don Manuel Aguilar y doña Rosario Arraigan, la que durante el viaje iba siendo instruida en el rezo y la oración por parte de doña Hortensia. De esta manera y acompañados por otros pobladores de la zona la familia Maureria García viaja a la casa de don Loreto Jara quien estaba casado con doña Micaela Muñoz otra pobladora ilustre de Ibáñez.
Dicha casa quedaba ubicada en el sector de Palavicini, en territorio chileno en un lugar que le decían “La Pollolla”. Ahí comentaron los mensajeros se encontrarían con dos visitantes muy esperados: Un misionero religioso y un Oficial Civil.
Cuando llegaron al sitio ya tarde-noche, y se encontraron con otras familias que también se habían enterado de la noticia y se encontraban esperando la visita del religioso.
En el lugar se encontraban las siguientes familias:• Don Loreto Jara y doña Micaela Muñoz (dueños de casa)
• Don José Valdebenito con su Señora doña Sabina acompañado de todos sus hijos: Demetrio, Rita, Sénica y Berta, ellos eran pobladores también de Río Ibáñez.
A los que hay que agregar a los acompañantes de viaje:
• Don Camilo Morales con su Sra. Doña Carmen Dinamarca y su hijo mayor Amador. Ellos eran pobladores de Bajada Ibáñez (Sector laguna Morales).
• Don Manuel Aguilar con su Señora doña Rosario Arraigan y sus dos hijos: Antonio y Alfonso (pobladores de Cerro Castillo)
Del misionero que venía no se sabía mucho, pues decían algunos que provenía de Perito Moreno y que al pasar a Chile-Chico lo convenció el Oficial Civil de que viajasen hacia Río Ibáñez para atender algunas necesidades religiosas y civiles de los pobladores.
Del Oficial en cambio se tenían antecedentes como que se llamaba don Benito Martínez y quien por muchos años oficio su labor en la ciudad de Chile-Chico a cargo de la Oficina Civil, donde se inscribían a las personas cuando nacían, cuando se casaban y cuando fallecían, más allá de eso, para mucho era un perfecto desconocido.
A su llegada a la casa de don Loreto la familia Maureria García, dada la cantidad de personas que ya estaban en el lugar, tuvieron que ocupar de dormitorio una rancha de herramientas, especie de cabañita muy despojada de todo lo necesario para vivir y con una muy precaria protección contra las inclemencias del tiempo. Por suerte era verano y los visitantes, patagones ya probados, pudieron soportar con éxito la noche de la trapananda.
A la tarde siguiente, probablemente proveniente de alguna estancia cercana, llegaron en un pequeño barquito don Benito Martínez y el esperado curita misionero.
Anteriormente entre los presentes ordenaron el interior de un galpón forrajero, desocupado de pasto en el verano y colocaron una mesa al interior de este con un mantel blanco cubriéndolo semejando una especia de altar, todo lo necesario y listo para llevar a cabo un “Bautizo a lo criollo” según comentaba don Juan Maureria a los dueños de casa entre risas y alegría.
Mientras tanto, el Oficial Civil luego de tomarse unos mates, procedió a conversar con los vecinos para ver que necesidades tenían y se realizaron durante aquel día nada menos que cuatro matrimonios los de la familia Aguilar, Valdebenito y Morales, además del matrimonio efectuado entre don Juan Maureria Ortiz y doña Hortensia García Jara, padres de quien relata esta historia, doña Hortensia Maureria García.
Entre los mismos vecinos se hicieron de testigos, entre bromas y risas, ya que se tenían que turnar de manera de no confundirse como padrinos de bodas en la ceremonia civil de unas y en la religiosa de otras, tenían que coincidir, así se los solicitó el misionero.
Dicen que el curita tenía un acento medio “argentinao”, pero como hablaba en latín poco se notaba. Hizo los oficios correspondientes y procedió a realizar una misa a la que le pidió a las damas presentes pudiesen acompañar con cantos si se los sabían. Se colocaron algunas velitas en palmatorias de velador junto a las imágenes que traían para bendecir los peregrinos, algunas de las cuales quizás se encuentren en algún rincón de alguna vieja casa de Río Ibáñez.
En esta improvisada iglesia, se bautizaron a los niños presentes alrededor de 10 (diez) en total, entre los que estaban los hijos del matrimonio Maureria García, don Benito, doña Juanita y doña Hortensia, cuyos padrinos fueron don Camilo Morales y doña Carmen Dinamarca, quienes pasaron a ser compadres y muy buenos amigos de don Juan Maureria y doña Hortensia García, además de ser estos a su vez, padrinos de sus hijos recién bautizados también.
Terminada esta ceremonia se procedió a realizar la más importante ceremonia quizás para estos feligreses abandonados por el trato eclesiástico, el matrimonio por la Iglesia. Sabido era que para aquella época fue un verdadero pecado el juntarse con una pareja a vivir sin estar casados, y mucho más si ni siquiera era por la Iglesia. Pensar siquiera en la idea de tener hijos sin estar casados por la Iglesia, era de ya un hecho hasta vergonzoso para la época, teniendo en consideración el fuerte conservadurismo de las familias campesinas de las que ellos provenían de la IX Región.
Se sentían mal, tenían pareja, esposa o esposo, hijos, familia, pero no se sentían bien con Dios, con su espiritualidad, con su tranquilidad al saber la falta de la venia divina sobre sus relaciones. La tranquilidad a sus almas que les trajo la visita del misionero más que la del oficial civil, fue importantísima para sus vidas, recordando las pericias para contraer el sagrado vínculo por muchos años y generaciones.
En aquel galpón de pasto, se realizaron los cinco matrimonios de las parejas nombradas anteriormente, más las de otros vecinos que llegaron a aquel lugar durante la semana que estuvieron presentes ahí el misionero y el oficial civil.
A la mañana siguiente de las ceremonias, el ahora matrimonio Maureria García, emprendió la vuelta hasta su hogar ubicado en el sector de Bajada Ibáñez junto a sus compadres los Morales Dinamarca, recordando por muchos años esta historia y manteniendo una fuerte amistad construida gracias a la verdadera aventura que había significado en aquella época el casarse por la Iglesia y por el Civil, además de inscribir a sus hijos y bautizarlos según su fe.
Cuenta la historia que durante esa semana, varios vecinos de Río Ibáñez, viajaron hasta la casa del Sr. Jara, dado que nunca antes por aquellas tierras anduvo algún misionero, solo habían escuchado de ellos en Chile-Chico y en realidad, para los pobladores de Río Ibáñez, más que un viaje de placer, era una verdadera necesidad la de recibir la venia divina de sus relaciones y el bautizo de sus hijos.
De improviso, una noticia llegó hasta los peones de la familia que cuidaban el creciente capital de ovejas que don Juan pastoreaba en el campo fiscal solicitado con anterioridad. La noticia era esperada desde hace ya varios años por pobladores y colonos recién llegados.
La verdad, la llegada de ciertos visitantes era no solo una oportunidad de salir de viaje, o una instancia para conocer nuevas personas, sino que la respuesta a una gran necesidad de la zona, era una ocasión única que quizás no se volverá a repetir en muchos años.
Los peones recibieron la noticia no se sabe bien si de otros vecinos que recorrieron campo por campo o de los carabineros recién llegados a la zona, pero de todas formas la avisaron velozmente a don Juan, quien cuidaba de su quinta en la ribera sur del Río Ibáñez, actualmente llamado fundo El León, frente a Villa Cerro Castillo, él al saber esto, mandó a buscar los pilcheros y preparar todo para salir al despertar el alba de la mañana siguiente.
Por la noche conversó la noticia con su pareja, doña Hortensia, con quien por años habían esperado esto, por lo que ella estuvo de acuerdo sin más miramientos a ir al encuentro de los viajeros.
La verdad, es que ambos, especialmente ella, era ferviente católica. Siempre en su casa la acostumbraron al rezo todos los días, tal cual como ella le enseñara desde pequeños a sus hijos. El rosario era algo sagrado en la casa, y de hecho, como gran conocedora de cantos y oraciones, en los dos velorios que habían ocurrido en la zona desde su llegada, la habían buscado para hacerse cargo del procedimiento que correspondía al encomendamiento del difunto a Dios.
Por ello, por su fe, se sentía muy mal consigo misma al no haber cumplido con algo que por generaciones en su familia era una norma, una tradición. Ella había decidido vivir con un hombre y tener familia con él, sin estar casada por la Iglesia. Para la época tenemos que entender la importancia de aquello, lo importante que era para las personas católicas cumplir con ciertos costumbres y tradiciones, especialmente viniendo de familias campesinas de la IX Región, donde el cristianismo era la base fundamental de la espiritualidad de los chilenos descendientes de criollos.
No era algo que ella hubiese querido y eso es seguro, pero al no haber iglesia establecida en el Aysen, al no haber sacerdotes que oficiaren misas, al no haber ni siquiera un lugar de culto común, la procesión se llevaba por dentro, haciendo batalla seguramente a las tentaciones del mundo material.
Mucho se ha hablado de la falta de espiritualidad o cristianismo de algunos cuatreros que mataron a sangre fría en el Aysen. De la crueldad con que se actuaba en esta tierra “sin Dios ni Ley”. Pero alguna vez nos hemos preguntado como habrá sido la desesperación de los fervientes católicos, cristianos acérrimos que vinieron a colonizar una tierra durante más de 30 años, algunos ni siquiera tuvieron la oportunidad de escuchar una misa?. Teniendo presente, que venían de familias campesinas, cristianas, en donde seguramente las frases llenas de fe era una habitualidad o por lo menos debieron de haber asistido de pequeños a las misas dominicales llevadas a cabo por algún párroco estable.
Cuanto pesimismo y cuando desmoralización debió haber sacudido a esos corazones de colonos, al pasar años sin escuchar una voz que los alentara y les diera esperanza.
Muchos le atribuyen al clima de nuestro territorio el carácter duro del patagón, pero quiero decir que estoy seguro que los hombres y las mujeres del Aysen, antes de soportar el la nieve y el viento, tuvieron que aguantar el frío que les carcomía el corazón y el alma.
Es en este escenario, que don Juan le cuenta a doña Hortensia la noticia: -“Vieja, viene un cura a la zona, vienen viajando desde hace ya varios días y van a oficiar misa en la casa de don Loreto Jara en La Pollolla“- La respuesta fue obvio, partirían a la mañana siguiente a sacarse el gran peso que mantenían en el corazón, a cumplir con una tradición, a fortalecer su alma y su espíritu, a aliviar sus corazón, y a volver a mirar a dios como hijos y no como pecadores.
La hija mayor, Luisa se encontraba un poco resfriada, a penas tenía 5 años, por lo que era un riesgo llevarla teniendo en cuenta las inexistencias de medicamentos y atención de salud. Así que emprendieron viaje con sus hijos menores Hortensia y Benito.
Al despuntar el sol a la mañana siguiente, la familia Maureria García emprendió el periplo que significaba un día completo a caballo, sin descansar, más que para tomar agua y comer. El recorrido comenzaba por atravesar el campo de los Carfullanca, sus vecinos, luego el cruce del vado ubicado frente a la ocupación de la familia Hueitra, ahí cruzaron hacia el sector de Villa Castillo, ocupado por aquel entonces por 5 o 6 familias. Luego continuó por el valle de la Ribera del Río Ibáñez en el sector de Bajada Ibáñez y salía a una huella de carretas que luego se transformaría en el camino Coyhaique-Ibañez. En el camino pasaron a dar la buena nueva a sus vecinos más cercanos distintos algo así como 20 kilómetros, los Morales, quienes sin pensarlo dos veces se suman al viaje de inmediato.
Iban acompañados de otros vecinos de Cerro Castillo, don Manuel Aguilar y doña Rosario Arraigan, la que durante el viaje iba siendo instruida en el rezo y la oración por parte de doña Hortensia. De esta manera y acompañados por otros pobladores de la zona la familia Maureria García viaja a la casa de don Loreto Jara quien estaba casado con doña Micaela Muñoz otra pobladora ilustre de Ibáñez.
Dicha casa quedaba ubicada en el sector de Palavicini, en territorio chileno en un lugar que le decían “La Pollolla”. Ahí comentaron los mensajeros se encontrarían con dos visitantes muy esperados: Un misionero religioso y un Oficial Civil.
Cuando llegaron al sitio ya tarde-noche, y se encontraron con otras familias que también se habían enterado de la noticia y se encontraban esperando la visita del religioso.
En el lugar se encontraban las siguientes familias:• Don Loreto Jara y doña Micaela Muñoz (dueños de casa)
• Don José Valdebenito con su Señora doña Sabina acompañado de todos sus hijos: Demetrio, Rita, Sénica y Berta, ellos eran pobladores también de Río Ibáñez.
A los que hay que agregar a los acompañantes de viaje:
• Don Camilo Morales con su Sra. Doña Carmen Dinamarca y su hijo mayor Amador. Ellos eran pobladores de Bajada Ibáñez (Sector laguna Morales).
• Don Manuel Aguilar con su Señora doña Rosario Arraigan y sus dos hijos: Antonio y Alfonso (pobladores de Cerro Castillo)
Del misionero que venía no se sabía mucho, pues decían algunos que provenía de Perito Moreno y que al pasar a Chile-Chico lo convenció el Oficial Civil de que viajasen hacia Río Ibáñez para atender algunas necesidades religiosas y civiles de los pobladores.
Del Oficial en cambio se tenían antecedentes como que se llamaba don Benito Martínez y quien por muchos años oficio su labor en la ciudad de Chile-Chico a cargo de la Oficina Civil, donde se inscribían a las personas cuando nacían, cuando se casaban y cuando fallecían, más allá de eso, para mucho era un perfecto desconocido.
A su llegada a la casa de don Loreto la familia Maureria García, dada la cantidad de personas que ya estaban en el lugar, tuvieron que ocupar de dormitorio una rancha de herramientas, especie de cabañita muy despojada de todo lo necesario para vivir y con una muy precaria protección contra las inclemencias del tiempo. Por suerte era verano y los visitantes, patagones ya probados, pudieron soportar con éxito la noche de la trapananda.
A la tarde siguiente, probablemente proveniente de alguna estancia cercana, llegaron en un pequeño barquito don Benito Martínez y el esperado curita misionero.
Anteriormente entre los presentes ordenaron el interior de un galpón forrajero, desocupado de pasto en el verano y colocaron una mesa al interior de este con un mantel blanco cubriéndolo semejando una especia de altar, todo lo necesario y listo para llevar a cabo un “Bautizo a lo criollo” según comentaba don Juan Maureria a los dueños de casa entre risas y alegría.
Mientras tanto, el Oficial Civil luego de tomarse unos mates, procedió a conversar con los vecinos para ver que necesidades tenían y se realizaron durante aquel día nada menos que cuatro matrimonios los de la familia Aguilar, Valdebenito y Morales, además del matrimonio efectuado entre don Juan Maureria Ortiz y doña Hortensia García Jara, padres de quien relata esta historia, doña Hortensia Maureria García.
Entre los mismos vecinos se hicieron de testigos, entre bromas y risas, ya que se tenían que turnar de manera de no confundirse como padrinos de bodas en la ceremonia civil de unas y en la religiosa de otras, tenían que coincidir, así se los solicitó el misionero.
Dicen que el curita tenía un acento medio “argentinao”, pero como hablaba en latín poco se notaba. Hizo los oficios correspondientes y procedió a realizar una misa a la que le pidió a las damas presentes pudiesen acompañar con cantos si se los sabían. Se colocaron algunas velitas en palmatorias de velador junto a las imágenes que traían para bendecir los peregrinos, algunas de las cuales quizás se encuentren en algún rincón de alguna vieja casa de Río Ibáñez.
En esta improvisada iglesia, se bautizaron a los niños presentes alrededor de 10 (diez) en total, entre los que estaban los hijos del matrimonio Maureria García, don Benito, doña Juanita y doña Hortensia, cuyos padrinos fueron don Camilo Morales y doña Carmen Dinamarca, quienes pasaron a ser compadres y muy buenos amigos de don Juan Maureria y doña Hortensia García, además de ser estos a su vez, padrinos de sus hijos recién bautizados también.
Terminada esta ceremonia se procedió a realizar la más importante ceremonia quizás para estos feligreses abandonados por el trato eclesiástico, el matrimonio por la Iglesia. Sabido era que para aquella época fue un verdadero pecado el juntarse con una pareja a vivir sin estar casados, y mucho más si ni siquiera era por la Iglesia. Pensar siquiera en la idea de tener hijos sin estar casados por la Iglesia, era de ya un hecho hasta vergonzoso para la época, teniendo en consideración el fuerte conservadurismo de las familias campesinas de las que ellos provenían de la IX Región.
Se sentían mal, tenían pareja, esposa o esposo, hijos, familia, pero no se sentían bien con Dios, con su espiritualidad, con su tranquilidad al saber la falta de la venia divina sobre sus relaciones. La tranquilidad a sus almas que les trajo la visita del misionero más que la del oficial civil, fue importantísima para sus vidas, recordando las pericias para contraer el sagrado vínculo por muchos años y generaciones.
En aquel galpón de pasto, se realizaron los cinco matrimonios de las parejas nombradas anteriormente, más las de otros vecinos que llegaron a aquel lugar durante la semana que estuvieron presentes ahí el misionero y el oficial civil.
A la mañana siguiente de las ceremonias, el ahora matrimonio Maureria García, emprendió la vuelta hasta su hogar ubicado en el sector de Bajada Ibáñez junto a sus compadres los Morales Dinamarca, recordando por muchos años esta historia y manteniendo una fuerte amistad construida gracias a la verdadera aventura que había significado en aquella época el casarse por la Iglesia y por el Civil, además de inscribir a sus hijos y bautizarlos según su fe.
Cuenta la historia que durante esa semana, varios vecinos de Río Ibáñez, viajaron hasta la casa del Sr. Jara, dado que nunca antes por aquellas tierras anduvo algún misionero, solo habían escuchado de ellos en Chile-Chico y en realidad, para los pobladores de Río Ibáñez, más que un viaje de placer, era una verdadera necesidad la de recibir la venia divina de sus relaciones y el bautizo de sus hijos.
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